Para quienes somos de una época- no diré generación, porque hablo de una edad comprendida entre los 35 y los 45- hay un regalo mágico: la primera bicicleta. Recuerdo la mía; una tarde cualquiera en la que llamaron a la puerta y...ahí estaba. Una Orbea roja, preciosa, con los guardabarros cromados y sus ruedas de apoyo. No creo que dijese mucho, de tanta excitación. Sé que me subí en ella y choqué con la mesa del comedor, lanzando por los aires el jarrón, agua, flores. Pero no hubo recriminación; sólo risas y alegría compartida.
Lejos del valor material, la bicicleta era verano, libertad, amigos, correrías varias y todo un mundo por descubrir. Con sus pertinentes moratones y heridas de caídas varias.
En la adolescencia, apareció otro vehículo....en la escala razonable de crecimiento. La motocicleta, velomotor o cómo se quiera llamar. Crecí en contacto con el taller de motos propiedad de mi abuelo. El olor a grasa, lubricante, serrín...es un olor que me lleva a la infancia. A tardes agazapada en las escaleras, esperando el momento de una reparación finalizada y su prueba. Siempre me ofrecía de digna copiloto; devota y entregada en esa sensación de sentir el aire en mi cara; la velocidad impactante de los 30 ó 40 km por hora -trucajes aparte-. Quisé la moto, que nunca llegó...porque era peligroso.
Con el tiempo y otros vehículos aprendes que el peligro es algo asexuado. Una cuestión de la propia cabeza, esa que tienes sin llevar casco.
Hablo de estas cosas y recuerdo ese vespino. En la "clandestinidad", yo usaba el de mi prima, un precioso SC color verde oliva...- mientras ella se dedicaba a "festear" con el que llegaría a ser su su marido-.
Las cosas han cambiado y no veo esa sensación de entusiasmo frente a este tipo de regalos....todo lo que podrían simbolizar. Pero, hubo un tiempo que fueron esas dos ruedas -con o sin motor....- todo un emblema de muchas cosas añadidas...pendientes de ser vividas.
Hoy, recupero esa idea. Mi ciclomotor lleva un depósito añadido; porque sé que el viaje será largo. Necesitaré repostar. Hacer mis pausas, disfrutar el paisaje.
Saramago cita un proverbio árabe en su última novela: "Siempre llegamos ahí, donde nos esperan".
Quiero llegar, aunque me cueste.
Parte del placer, está en el propio viaje.
http://www.vespinos.net/